Un resultón escenario con un vistoso juego de luces daba la bienvenida a Michael Bublé, el crooner de moda, en su primera visita a Barcelona. Lejos de iconos como Sinatra o Bennet, el canadiense dio la talla con una actuación distendida, a ratos tediosa a ratos divertida, incluso sorprendente, cuando saltó del escenario y recorrió el Palau hasta la segunda grada frontal para que sus fans pudieran fotografiarle y darle algún que otro achuchón.

Parecía un actor de “El club de la comedia” con sus chistes y monólogos al más puro estilo Sammy Davis Jr., que al respetable parecía gustar. Incluso se enfadó cuando al citar el nombre de Ray Charles, nadie mostró interés alguno en ovacionar uno de los más grandes músicos de la historia. A raiz de esto la algarabía estalló, pero según la estrella mediática, ya era tarde y no había disculpas.

Una sección de viento formada por ocho músicos se adueñaba del lado derecho del escenario, secundado por un elegante batería con la furia de un rockero y un contrabajista. Una escalinata partía la escena en dos y era en la izquierda donde se refugiaban guitarra y piano.

El repertorio, al igual que su discografía, estuvo repleto de estándares: “Feeling good”, con la que comenzó el show, la exquisita “Try a little tenderness”, horrorosa la interpretación de “Fever”, desastroso lo que hizo con “Come fly with me” , divertidas “Billie Jean” de Michael Jackson y “Crazy little thing called love” de Queen, y una apoteósica “Save the last dance” que puso a todo el mundo en pie.