DISCO
DEL MES RUTA 66
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MANTA
RAY |
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Con
su tercer álbum oficial, salvando colaboraciones y remezclas
varias, Manta Ray tocan el cielo de su propia ambición
y regresan a tierra firme sin chamuscar el tren de aterrizaje. Después
de aquel debut homónimo de 1996 alentando la promesa de un pop
autóctono cultivado e idiosincrático, de la consagración
que supuso hace ya dos años el todavía lleno de misterios
«Pequeñas Puertas
»,
las expectativas eran elevadas. Cabía preguntarse cómo
solucionarían la deserción del guitarrista Nacho Vegas,
de qué modo podrían seguir desarrollando un estilo propio
de tan abigarrada personalidad, hasta dónde serían capaces
de llegar en sus cerebrales exploraciones. «Esperanza» responde
a cada una de estas cuestiones con firmeza, certidumbre y -tratándose
de ellos solemnidad. Ensancha la abundante paleta cromática de
la banda asturiana y profundiza en sus más hondas convicciones
musicales. Sorprende
el groove inicial
con que, casi alegremente, se inaugura la travesía sensorial
en el instrumental «Rita», polimórfico juego de espejos
donde se nos muestra la nueva fisonomía del ahora cuarteto, la
misma que conocíamos y al tiempo tan nueva, tan pletórica.
La excelente producción -potenciada por la supervisión
de Kaki Arkarazo-reviste de mayor sentido arquitectónico esos
laberintos, a veces subterráneos y a media voz -«Soy
quien no fui», «If you walk
»-,
otras clamorosos o preñados de ambiente -«La
vida contínua», con acento en la í-,
que van moldeando la grabación más ambiciosa y completa
de Manta Ray hasta la fecha. El sustrato rock de algo como «The
dirty blues», apuntalado por las percusiones de Javier
Vegas, los ataques sónicos propiciados por esos nocivos mantras
deconstruidos en «No me dicen nada» -cantada por Nacho-
y la pesadillesca «Wet ground», son otras de las caras de
este holograma sonoro en cuyo denso y magmático interior se concilia
lo acústico y la electrónica, lo palpable y lo abstracto,
en un fascinante caudal dialéctico. Y así hasta llegar
a la extensa suite final «Cartografíes»,
que se abre con una incierta voz femenina cantando en la lengua de la
tierra, brilla en un intermedio de expansivos jugueteos entre guitarra
rítmica y teclados, y desemboca en la grandiosa, turbulenta epifanía
asomándose al vacío que proponen como coda final. En
mi opinión, sobran detalles como los samples de Robert Johnson
y el locutor yanqui -¿lo oyen?, es uno de los más
excitantes sonidos del mundo suena a redundancia en este
contexto-, no les ayuda esa |
Texto: Ignacio Julià RUTA66 #158, FEBRERO 2.000 |